Erase una vez un pequeño niño que jugaba con una flor marchitada, el intentaba revivirla, intentaba que volviera a brillar y para lograrlo tomo la decisión de cuidarla todos los días hasta que volviera a estar bien. Y así fue, la flor poco a poco volvía a tomar su color brillante, eso significaba que el niño estaba haciendo bien su tarea. Pero un día el niño comenzó aburrirse de esperar tanto para que la flor brillara nuevamente y empezó a descuidarla, le prestaba poca atención, a veces la regaba, a veces no y casi nunca le daba cariño, entonces estas cosas produjeron que la flor se volviera a marchitar. Cuando el niño se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo se preocupo mucho e hizo todo lo posible para evitar que la flor muriera, pero ya era demasiado tarde, la flor se había marchitado totalmente. Fue ahí cuando el pequeño niño se percato que hubiera sido mejor ser paciente y recibir resultados productivos a ser impaciente y perder algo importante.
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